- Érase una vez hace muchos, muchos años existía un noble señor y dueño de todo, se llamaba El Caballero Negro. Era fuerte, intenso y poseía todo el conocimiento del universo. Él era todas las cosas en potencia. Vivía una vida sencilla en su Castillo y le gustaba imaginar todo aquello que podía llegar a ser. Podría llegar a ser una vida entera reflejada en el espejo, completa de historias para compartir, sin la certeza de que un solo oyente alcanzara a comprenderlas. O podría llegar a ser la inmensidad de un campo de arroz al pie de una montaña proyectada por la belleza de un alma creadora. O podría llegar a ser la frescura de una joven novia convencida de la presencia de su amado ausente. O una última decisión, sumergido en un baño templado, rendido ante la imposibilidad de que nada más pudiera llegar a ser. Esta idea le causaba un profundo dolor. Tal vez fuera eso lo que le deparaba su destino, morir sin compañía, como siempre había vivido, en ese inmenso vacío. Solía sentarse en su sillón del trono, con la mirada perdida, soñando despierto, preguntándose cómo conseguiría llegar a ser todas esas cosas que imaginaba... De repente, un buen día, ella llegó de la forma en que llegan las cosas cuando uno no sabe que las espera. La puerta del salón principal se abrió de golpe y La Dama de Blanco entró radiante, rápida, instantánea. Cubierta de gasas y velos con la fuerza de un relámpago y la dulzura de la brisa que da el aliento. Por un momento se miraron a los ojos, se reconocieron, se anhelaron. Sin dudarlo un instante se abrazaron. Y allí fueron los abrazos, allí fueron las caricias, los suspiros, allí se mezclaron, se amaron y crearon un mundo propio de luces matizadas y sombras tenues. Un éxtasis de claroscuros que dieron paso a bellas formas, a rostros detenidos con expresiones sinceras, a tejidos vivos y texturas naturales, a reflejos irreales... Aquel momento fue el principio del tiempo, del tiempo que pasa y del que se detiene. Y desde entonces La Dama de Blanco y El Caballero Negro caminan de la mano dando forma al proceso como Almas Gemelas con Objetivos Comunes.